La noticia me hizo encoger. Después de casi tres décadas, un ministerio que me encantaba no tuvo otra opción más que cerrar sus puertas. Las deudas eran demasiado grandes como para superarlas. Más tarde, la edición final de la revista del ministerio salió de la imprenta hacia los buzones de los suscriptores y pasó a la historia.
Desde entonces he reflexionado en este fallecimiento, haciendo un gran esfuerzo por aprender algo de la pérdida. Una amiga que se unió a mí en el proceso de cuestionamiento hizo un comentario revelador. Al final sugirió: «No podían pagar al director adecuado.» ¡Qué comentario tan triste!
Los que seguimos a Jesús debemos escudriñar nuestra actitud hacia el dinero y el ministerio. A mí me ha perturbado leer frases como «SALARIO COMPETITIVO PARA EL SOLICITANTE ADECUADO» en anuncios de empleo en comunicaciones de iglesias y ministerios paraeclesiásticos. Tenemos que hacernos algunas preguntas.
¿Debemos ser atraídos por el dinero para hacer la obra de Dios? ¿Y el llamamiento de Dios en nuestra vida? ¿Cuánto es suficiente? ¿Dónde encaja el sacrificio?
Si uno lee los Evangelios lo suficiente se encuentra con un Salvador que llama a un compromiso sacrificatorio. Cuando Jesús llamó a Pedro, Jacobo y Juan a trabajar con Él, ellos «después de traer las barcas a tierra, dejándolo todo, le siguieron» (Lucas 5:11).
¡Caray! Sobre la base de las palabras de Jesús solamente, estos socios de negocios dejaron su empresa de pesca para trabajar junto al Maestro. No hubo conversación sobre salarios, ni negociación de descripción de funciones, ni se ofrecieron estrategias de incentivos. Cuando los discípulos se sentían inseguros acerca de su futuro, Jesús les aseguraba que todo lo que habían dejado atrás sería recompensado abundantemente en esta vida, y que también recibirían la vida eterna (Mateo 19:27-30).
El reino de Dios sufrirá si haces énfasis en el salario por nuestras habilidades, talentos y dones. ¿Vamos a exigir pago por servir? ¿O vamos a confiar en la promesa de Jesús de suplir para todas nuestras necesidades? —Sheridan Voysey