Todos los noviembres, el pueblo de los Estados Unidos aparta el cuarto jueves para juntarse con sus familias. En el día de fiesta que conocemos como «Día de Acción de Gracias» se come pavo, relleno, puré de papas, salsa de carne y una avalancha de otras delicias culinarias que preparan con amor los parientes y amigos.
En las tiendas, en la televisión y en las revistas, se usa licencia artística para mostrar a hombres vestidos de negro, con zapatos con hebillas y sombreros de ala, de pie junto a mujeres que llevan puestos unos gorros y vestidos oscuros. Los conocemos como «Peregrinos». Pero, ¿quiénes eran… de verdad?
Charles E. Hambrick-Stowe escribió un libro sobre los puritanos, para el cual realizó una cuidadosa investigación, titulado The Practice of Piety[La práctica de la piedad]. En este fascinante y bien ilustrado texto, el autor muestra la vida interior de aquellos que nos dieron el primer Día de Acción de Gracias. Eran personas ordinarias como tú y como yo, pero su pasión por la Palabra de Dios afectó radicalmente su perspectiva de quiénes eran y cómo encajaban en el mundo.
Un versículo bíblico preferido de los puritanos era Hebreos 11:13: «… confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.» Los peregrinos tenían la convicción de que no eran residentes permanentes en este mundo, sino sólo transeúntes.
Entonces, ¿quiénes eran los peregrinos? Históricamente eran un grupo de cristianos ingleses que querían adorar a Dios según los dictados de su conciencia y no según la iglesia oficial. Estaban tan seguros de esto que cruzaron el océano Atlántico para poner en práctica esa visión en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, esa es sólo una respuesta parcial. Por asombroso que parezca, nosotros somos peregrinos. La Biblia dice que si hemos confiado en Cristo como Salvador vamos en una peregrinación
«[anhelando] una patria mejor, es decir, celestial» (Hebreos 11:6). Eso significa que no debemos depender de los apegos, comodidades y preocupaciones de este mundo. Recuerda «nuestra ciudadanía está en los cielos» (Filipenses 3:20).
Somos peregrinos… ¡de verdad!—DF