Hace poco, vi un documental sobre la fabricación de un piano Steinway. Mostraba el meticuloso cuidado con que se elabora este delicado instrumento. Desde que se cortan los árboles hasta que el piano aparece expuesto, atraviesa innumerables ajustes delicadísimos que le aplican los talentosos artesanos. Después de un año, cuando termina el proceso, músicos destacados tocan el piano y suelen comentar que es imposible que una línea de ensamblaje computarizada logre producir los mismos sonidos brillantes. El secreto del producto final es el toque del artesano.

Cuando se construyó el tabernáculo, Dios también valoró el toque artesanal. Eligió a Bezaleel y dijo: «… lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor» (Éxodo 31:3-5).

Hoy Dios mora en el corazón de los creyentes, pero la obra del artesano no ha terminado. Cada creyente es, individualmente, «hechura» de Dios (Efesios 2:10). El Maestro Artesano es el Espíritu Santo, el cual quita las imperfecciones de nuestro carácter para hacernos más semejantes a Cristo (Romanos 8:28-29). A medida que nos sometamos a Su labor artesanal, descubriremos que el secreto del producto final es el toque del Artesano.