Mientras esperaba para hacerme un análisis de rutina en un hospital local, noté que, en la pared, había una plaqueta de Cristo crucificado. Más tarde, una enfermera me hizo varias preguntas administrativas, y entre ellas: «¿Tiene alguna necesidad espiritual que le gustaría compartirle a un capellán?». Le agradecí por haberme preguntado, lo cual es inusual en el mundo actual. Ella respondió que era un hospital basado en la fe y que: «esa es parte de nuestra misión». Me impactó que no tuvieran miedo de ser quienes son en medio de una sociedad progresivamente secular y pluralista.
Pedro instó a los creyentes del siglo i, que habían sido dispersados tras la persecución y que vivían en mundos hostiles, a considerar una bendición el sufrir por lo correcto. «Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pedro 3:14-15).
Tal como aquella mujer del hospital que expresó abiertamente la fe de ellos, nosotros también podemos declarar la nuestra. Y si nos critican o amenazan injustamente por creer en Cristo, tenemos que responder con amabilidad y respeto. Nunca debemos tener temor de ser lo que somos en Él.