Hace unos meses, una serie de obscenidades que antes estaban prohibidas fueron dichas en una red de televisión en los Estados Unidos. Pero esta vez, las palabras que hubieran causado una tormenta de protesta unos cuantos años antes prácticamente no provocaron queja alguna. Un artículo del periódico The New YorkTimesdecía: «Los teléfonos apenas sonaron en la Comisión Federal de Comunicaciones. La televisión por difusión, bajo ataque por parte de competidores por cable que usan un lenguaje más fuerte, está forzando los límites del decoro más y más cada año, y casi nadie lo está resistiendo.»

Tal vez los que podríamos protestar no miramos esos program O tal vez nos hayamos acostumbrado tanto a las obscenidades en los medios de comunicación y en la vida diaria que nuestros oídos ya no las escuchan. Puede que hasta nos encontremos aceptando y usando palabras que nos hubieran conmocionado en algún momento de nuestra vida. Ya sea que protestemos o no por el lenguaje que se usa en TV, todos somos responsables ante Dios por lo que decimos.

Santiago escribió: «Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así» (Santiago 3:9-10). Lo que decimos sobre los demás debe estar de acuerdo con lo que decimos a Dios en nuestros mejores momentos de comunión con Él. Si cantamos alabanzas al Señor debemos hablar palabras de paz y aliento al resto de las personas que habitan este planeta y que están hechos a Su semejanza.

Lo que decimos comienza en nuestros corazones, y es ahí adonde se pelea la batalla. Santiago nos recordó que si nos aferramos a la envidia y la ambición egoísta, saldrá de nuestra boca una manera de hablar dañina. Necesitamos la sabiduría y el poder de Dios para decir cosas que sean puras, amorosas, consideradas y sinceras (v.17).

Los miembros de nuestras familias, escuelas y lugares de trabajo anhelan escuchar una palabra buena hoy, un poquito de aire limpio. ¿La escucharán de nosotros?  —DCM