Los asistentes a la iglesia St. Andrew’s Church de Poolbrook, Worcestershire, en el Reino Unido, tienen un problema. Un cuervo bien grande tiene a toda la congregación loca de la cólera.
¿Qué hace esta ave? Robar la goma negra de los limpiaparabrisas de los autos durante los cultos de los domingos. La congregación entra en la iglesia mientras el cuervo se posa sobre una rama cerca de allí. Cuando comienzan los cánticos y la predicación, el amante de carroña desciende y usa su pico para empezar a halar las piezas de goma.
A una señora le robó la parte blanda de los limpiaparabrisas cuatro veces. «Se ha convertido en una batalla de ingenio entre nosotros y el ave —dice ella—. Es una bestia astuta.»
El reverendo Paul Finch ha lanzado una patrulla contra cuervos en St. Andrew’s. Cuando el ladrón volador desciende al estacionamiento, unos voluntarios salen corriendo y tratan de espantarlo. «Es gracioso —dice el reverendo Finch— pero también es una molestia. Los limpiadores no son baratos, y todo el mundo está teniendo que pagar mucho dinero.»
El apóstol Pablo mencionó el robo en una carta que escribió a un joven líder cristiano de quien era mentor. Pablo, puesto que era mayor y tenía más tiempo en la fe, quería que Tito fuera un buen ejemplo para el Señor. Eso incluía no robar a la gente.
En Tito 7:9-10, Pablo dirigió sus comentarios específicamente a esclavos que creían en Jesús. Quería que ellos estuvieran «sujetos a sus amos» y que no les robaran. Los robos pequeños por parte de esclavos eran comunes en las casas romanas durante aquella época. Pablo quería que sus amigos siervos demostraran «buena fe, para que adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto» (v.10).
Tenemos que tomar en serio estas palabras. Si estamos robando, nuestro testimonio cristiano se arruina. Nos convertimos en piedra de tropiezo para los incrédulos. Nuestra enseñanza definitivamente no es atractiva.
Deja de robar, incluso si son cosas pequeñas. El precio de tus acciones es mayor de lo que crees. —TF