Hace varias semanas, un joven asistió a nuestro culto de adoración. Tenía el pelo largo y teñido de muchos colores, estaba vestido de negro, y tenía muchas perforaciones y tatuajes. Además de todo esto, tenía SIDA. Unas cuantas personas se quedaron boquiabiertas, y algunos le brindaron una sonrisa que decía: «Es bueno verte en la iglesia, pero por favor, no te sientes al lado de mí.» Sin embargo, muchos fueron conectores, le dieron la bienvenida, lo aceptaron y lo incluyeron en la comunión.
Me pregunto cómo se sintió Saulo cuando trató de asociarse con otros creyentes de Jerusalén. En Hechos 9:26-30 leemos de la llegada de Saulo a Jerusalén como cristiano, tres años después de su conversión. Muchos de los creyentes dudaron de su nueva fe. Entendemos por qué su recepción fue menos que bienvenida: había perseguidoa los cristianos.
Saulo el converso hubiera recibido una calurosa bienvenida si los cristianos de Jerusalén no hubieran tenido tanto miedo. Pero Bernabé estaba dispuesto a arriesgarse a aceptar a Saulo como creyente genuino y a construir un puente entre él y los apóstoles de Jerusalén. Esto concuerda con lo que se dice de Bernabé en otros lugares del libro de los Hechos (4:36-37; 11:22-30; 13:1—14:28; 15:2-4,12,22). O sea que con la ayuda de Bernabé, Saulo, el antiguo perseguidor de los seguidores de Jesús, y los apóstoles de Jerusalén tuvieron una comunión más íntima.
Mucha gente que viene a nuestras iglesias por curiosidad se siente fuera de lugar. No conocen a la gente, ni el protocolo, ni el «lenguaje». Además, puede que no luzcan como nosotros ni que tengan el mismo trasfondo que tenemos los creyentes. A lo sumo, lo que obtienen son miradas menos que cordiales y gestos no amistosos.
Estas personas buscan comunidad. Buscan su lugar en la familia de Dios. Buscan conectores, gente que los lleven a una comunión más profunda con el cuerpo de Jesús. ¿Pueden contar contigo? —MW