¿Acaso la fe y las obras pueden existir por separado?
Los autores del Nuevo Testamento parecen estar tan preocupados por contestar esta pregunta que, a veces, tenemos la sensación de que se contradicen.
Por ejemplo, en algunos pasajes, el apóstol Pablo se empeña en enfatizar que la salvación es por fe y que no tiene nada que ver con el esfuerzo humano (Tito 3:5). En su carta a los Romanos, escribe: «Mas al que no trabaja, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia» (Romanos 4:5).
Sin embargo, en otras partes, todos los escritores del Nuevo Testamento, entre ellos Pablo, también enfatizan la necesidad de que se observen acciones que demuestren nuestra fe y que comprueben que tenemos una verdadera relación con Dios. Santiago es conocido porque escribe como si discrepara con Pablo. En su carta, argumenta que la fe sin obras está muerta. Incluso llega a decir que «… el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe» (Santiago 2:24).
Durante todos estos años, se ha escrito mucho para resolver esta aparente contradicción. La respuesta más básica es que aunque nadie es declarado justo ante Dios sobre la base del mérito humano, es igualmente cierto que sin acciones que confirmen esa fe, nuestra relación con Dios sigue siendo inmadura e indemostrable a la vista de los demás (Santiago 2:18, 22).
Para mantener este equilibrio, mis compañeros de Ministerios RBC y yo hemos redactado un documento que nos recuerda la importancia de la fe que salva y de la manifestación práctica de una fe que actúa.
Porque creemos…
· Porque creemos que la Biblia es la genuina revelación de Dios, queremos que nuestras vidas reflejen lo que las Escrituras nos enseñan sobre quién es nuestro Creador, qué cosas valora y qué quiere hacer en y a través de nosotros.
· Porque creemos en la Trinidad de Dios, queremos que nuestras relaciones reflejen la unidad de propósito y de cooperación en amor con que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se cuidan entre sí.
· Porque creemos que Jesucristo es nuestro Salvador, Maestro y Señor, queremos imitar su manera de actuar con sus amigos y enemigos.
· Porque creemos que Jesús murió en nuestro lugar y se levantó de los muertos para reflejar su vida a través de todos los que confían en Él, queremos pasar el resto de nuestra existencia demostrándoles a otros que el Señor también puede hacer por ellos lo que hizo por nosotros.
· Porque creemos que Jesús envió su Espíritu Santo para que esté con y en nosotros, queremos vivir con ese coraje y confianza que no nos pertenecen, pero que Él nos da.
· Porque creemos en una iglesia, cuya cabeza es Cristo, queremos identificarnos con la familia de Dios y demostrar amor hacia ella, independientemente de la edad, la raza, el género y la clase social de sus miembros.
· Porque creemos que Cristo convierte a sus hijos en embajadores a todas las naciones, queremos participar en una misión que va más allá de todo límite nacional, étnico y religioso.
· Porque creemos que cada uno rendirá cuentas ante Dios, queremos estar tan conscientes de nuestros pecados que, cuando sea necesario fijarnos en los de otros, lo hagamos con amor y no con altivez, con convicción y no con condenación.
· Porque creemos que somos mayordomos de la creación de Dios, queremos cuidar fielmente los recursos espirituales, materiales y naturales que se nos confiaron, por el bienestar de nuestro prójimo y para honrar a nuestro Dios.
· Porque creemos que Cristo volverá como prometió, queremos vivir cada día de nuestra vida de una manera que refleje esperanza en vez de desesperación, amor en vez de odio y gratitud en vez de codicia.
Reconozco que un resumen así presenta ciertos peligros. Podríamos ser como esas personas que elaboran una lista y creen que el trabajo ya terminó. Sin una reflexión honesta y constante, podríamos perder de vista que, a menudo, no vivimos a la altura de nuestras mejores intenciones. Si no recordamos que nos hace falta tanto la fe como las obras, también podríamos olvidar que la madurez espiritual no es el resultado automático de nuestra salvación (2 Pedro 1:1-15).
No podemos darnos el lujo de dejar de pedirle a nuestro Dios que nos conceda la gracia diaria que necesitamos para demostrar permanentemente una fe que obra.
Padre celestial, nos olvidamos tan rápidamente de nuestra necesidad de caminar de manera consecuente por fe y no por vista. Con tanta facilidad suponemos que, porque creemos en tu Hijo, tendremos una buena vida. Por favor, vuelve a darnos hoy la gracia que precisamos para que tu presencia se refleje en nosotros mediante una fe que se expresa en acciones.