A Jeremías se lo llama «el profeta llorón». Es probable que haya tenido una actitud melancólica y sensible, acompañada de un corazón quebrantado ante el juicio de Dios sobre el desobediente pueblo de Israel. La intensidad de su dolor es asombrosa: «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche…!» (Jeremías 9:1).

Como si la angustia por su nación no fuera suficiente, lo perseguían por su mensaje profético de juicio. En una ocasión, lo apresaron en una cisterna llena de barro (Jeremías 38:6). Los que se oponían a su ministerio habían atascado al profeta en un lugar desesperante.

A veces, mientras intentamos servir al Señor, podemos sentirnos estancados en medio de circunstancias penosas y angustias sorprendentes. Pero la capacidad de recuperación de Jeremías debería estimularnos a perseverar. Su percepción del llamado divino era tan profunda que nada podía disuadirlo de servir al Señor. «… no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude» (Jeremías 20:9).

¿Te han decepcionado los resultados de tu servicio para el Señor? Pídele a Dios que reconforte tu corazón por medio de Su Espíritu y continúa sirviéndolo a pesar de tus contratiempos.