Durante un tiempo de silencio antes del culto del domingo, la organista tocó un himno que yo no conocía. Lo busqué en el himnario y leí las palabras: «El Señor, mi Pastor, me cuida bien», una hermosa paráfrasis del Salmo 23:
El Señor, mi Pastor, me cuida bien, / Y suple todas mis necesidades: / En pastos verdes me hace yacer, / Junto a aguas tranquilas me guía. / Mi alma preocupada se fortalece y madura / Cuando voy por el camino verdadero de Dios.
Independientemente de cuántas veces oigamos o leamos el conocido Salmo 23, parece llegar con un mensaje renovado del cuidado de Dios hacia nosotros.
Aunque camine por los senderos más oscuros / A través de valles como el sepulcro, / Nunca temeré ningún mal; / Tu presencia me da valor. / A mi favor, tu vara y tu cayado / Me aseguran que me salvarás.
Esta imagen era familiar para la gente que oyó decir a Jesús: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas» (Juan 10:11). A diferencia de alguien contratado que huye del peligro, el auténtico pastor se queda con el rebaño para protegerlo. «Mas el asalariado, y que no es el pastor, […] ve venir al lobo y deja las ovejas y huye […]. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas…» (vv. 12-14).
Al margen de lo que estés enfrentando hoy, Jesús sabe tu nombre, conoce el peligro y no se apartará de tu lado. Puedes decir confiado: ¡El Señor, mi Pastor, me cuida bien!