Yo vivo en una calle muy transitada que es un atajo entre calles principales. El límite de velocidad es 40 kph, pero no muchos conductores lo obedecen. El otro día, mi esposa vio cuando a una mujer le ponían una multa justo en frente de la entrada de nuestra casa. Después que la ofensora se fue, mi esposa dijo al policía que se alegraba de que él estuviera allí y que esperaba que eso hiciera que la gente fuera más despacio. «No lo sé —dijo el policía con dudas—. Esa mujer que acaba de irse recibió otra multa aquí mismo hace dos semanas.»
Yo me siento más cómodo cuando la policía está en el vecindario haciendo su trabajo. La sociedad necesita buenas leyes, y todos nos sentimos mejor cuando esas leyes se cumplen. Nos gusta tener una fuerte presencia policiaca en todas partes, excepto cuando es en nuestro espejo retrovisor con luces intermitentes. Incluso si un auto de policía simplemente viene detrás de nosotros, nos ponemos nerviosos. Comprobamos el velocímetro cada 100 metros, nos aseguramos de tener el cinturón abrochado, y suspiramos de alivio cuando el policía dobla por una esquina.
A veces somos así con Dios también. Nos sentimos cómodos sabiendo que Él es todopoderoso. Nos alegramos de que esté presente manteniendo las leyes del universo. Nos deleitamos porque ha prometido ser nuestra guía y protección y nuestro amigo. Pero preferiríamos que lo hiciera desde su trono en los cielos, no desd el interior de nuestra comodidad. No queremos que maneje detrás de nosotros, ni se siente en la misma oficina, ni escuche todas nuestras conversaciones telefónicas.
Sin embargo, es esa cercanía lo que necesitamos. Cuando podemos andar cómodamente en su presencia, sabiendo que Él no se pierde nada de lo que hacemos, estamos viviendo de la manera en que Él quiere que vivamos.
En realidad no podemos tener un exceso de la presencia de Dios. —DCE