Un legendario entrenador de baloncesto de la UCLA tenía una regla muy interesante para su equipo. Cuando un jugador marcaba una canasta, debía reconocer al miembro del equipo que le había pasado el balón. Cuando dirigía en una escuela secundaria, un jugador le preguntó: «Entrenador, ¿eso no va a restar mucho tiempo?». Wooden respondió: «No estoy pidiendo que vayas corriendo y lo abraces. Solo basta con hacerle un gesto de aprobación con la cabeza».
Para conseguir la victoria, él consideraba importante enseñarles a sus jugadores que eran un equipo, no «solo un puñado de operadores independientes». Cada uno contribuía al éxito del resto. Esto me recuerda cómo debe funcionar el cuerpo de Cristo. Según 1 Corintios 12:19-20, cada uno es parte de un cuerpo: «Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero […] son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo». ¿El éxito de un pastor, de un estudio bíblico o de un programa de la iglesia se basa únicamente en los logros de una persona? ¿Cuántos contribuyen para que una congregación, una organización cristiana o una familia funcionen sin problemas?
Tanto la regla de Wooden como 1 Corintios 12 se basan en el principio de ocuparnos mutuamente de nuestras necesidades. Utilicemos los dones dentro del cuerpo de Cristo para edificarnos y fortalecernos, y para ayudar a concretar los propósitos de Dios (vv. 1-11).