Un día, mientras esperaba para abordar un avión, un extraño que me oyó decir que era capellán empezó a describirme cómo era su vida antes de conocer a Cristo. Dijo que estaba marcada por «el pecado y el ensimismamiento. Pero después, conocí a Jesús».
Escuché con interés la lista de cambios que había experimentado en su vida y las buenas obras que había hecho. Pero como todo lo que me decía era sobre estar ocupado haciendo cosas para Dios y no sobre su comunión con Él, no me sorprendí cuando agregó: «Sinceramente, capellán, a esta altura, pensé que ya me sentiría mejor con mi vida».
Creo que Marta, uno de los personajes del Nuevo Testamento, habría comprendido las palabras de aquel desconocido. Después de invitar a Jesús a su casa, se puso a hacer cosas que consideraba importantes, pero eso implicó no poder centrar su atención en el Señor. Como María no la ayudaba, Marta pensó que era justo pedirle a Jesús que la reprendiera. Muchos de nosotros cometemos este error: Estamos tan ocupados haciendo el bien que no dedicamos tiempo para conocer mejor a Dios.
Mi consejo para mi nuevo amigo del avión brotó de la esencia de las palabras que Jesús le expresó a Marta en Lucas 10:41-42. Le dije: «Detente un poco y dedícate a conocer al Señor. Deja que se te manifieste a través de Su Palabra». Si estamos demasiado ocupados para pasar un tiempo con el Señor, sencillamente estamos demasiado ocupados.