El poema Wild Grapes[Uvas salvajes] de Robert Frost es uno de mis favoritos. Las uvas salvajes, puesto que siempre están buscando algo sobre qué crecer, a menudo trepan hasta la cima de los árboles. En el poema de Frost, una niña va con su hermano mayor a recoger uvas salvajes. Él la ayuda doblando un abedul joven lleno de uvas en la cima. Ella agarra la cima del árbol y él lo suelta.

¡Fiiiuuu!Ella pesa muy poco y el árbol sube de nuevo, dejándola agarrada firmemente tratando de salvar su vida. El hermano mayor trata de convencerla de que se suelte para él agarrarla cuando caiga, pero ella tiene mucho miedo y sencillamente no confía en él. El hermano debe trepar al árbol y bajarla para que ella pueda llegar al suelo.

El poema está escrito desde la perspectiva de la niña que ahora es una mujer madura. Al final dice lo siguiente:

Yo no había aprendido a soltarme de las manos,
Como aún no he aprendido a soltarme del corazón,
Y no tengo deseo alguno de soltarme del corazón,
ni necesidad, que yo sepa.
La mente no es el corazón.
Puede que todavía viva, como sé que otros viven,
Para desear en vano soltarme con la mente
De cuidados, por la noche, para dormir; pero nada me dice
Que tengo que aprender a soltar con el corazón.
¿No es esa una gran lección? A medida que maduramos aprendemos a «soltar de las manos» por muchas razones. Y tenemos que soltar con la mente: los pensamientos que nos atormentan, los esentimientos y sobre todo, los recuerdos  de pecados que hemos confesado y por los que nos hemos reconciliado con Dios.

Sin embargo, también necesitamos la sabiduría para saber cómo aferrarnos como si fuera para salvar la vida a las cosas duraderas del corazón: nuestra fe en la verdad de la Palabra de Dios y en la gracia salvadora y protectora de Jesús (2 Timoteo 2:15; Efesios 2:3-4).  —DO