Cuando el porche detrás de mi casa empezó a derrumbarse, me di cuenta de que yo mismo no podría repararlo. Entonces, hice algunas llamadas, me dieron algunos presupuestos y escogí un constructor para que hiciera uno nuevo.
Cuando terminó el trabajo, observé detenidamente la obra y vi algunos inconvenientes. Para tener una segunda opinión, llamé al inspector de construcciones local y me encontré con una sorpresa: el hombre había hecho el trabajo sin un permiso de construcción. Al trabajar sin supervisión oficial, había transgredido muchos puntos del código de edificación.
Este incidente me recuerda una verdad importante (que no se refiere a tener el permiso de construcción): Si no tenemos que rendirle cuentas a ninguna autoridad, solemos trabajar sin dar lo mejor de nuestra parte.
En las Escrituras, vemos que Jesús explica este principio mediante dos parábolas: Mateo 24:45-51 y 25:14-30. En ambos casos, al menos un trabajador sin supervisión fracasó cuando el amo no estaba. Pero luego, vemos un enfoque diferente en Proverbios 6, donde aparece el ejemplo de la hormiga que trabaja bien sin un supervisor visible. Por naturaleza, hace su tarea sin que la controlen.
¿Y qué sucede con nosotros? ¿Solo trabajamos bien cuando alguien nos observa? ¿O reconocemos que todo nuestro servicio es para Dios y, entonces, damos lo mejor todo el tiempo aunque ninguna autoridad humana nos esté vigilando?