«Mi próximo récord debería ser estar 45 minutos en silencio —dijo la cantante Meg Hutchinson— porque esto es lo que más le hace falta a nuestra sociedad».
Sin duda, es difícil encontrar silencio. Las ciudades son extremadamente ruidosas debido a la gran concentración de tránsito y de gente. Parece imposible librarse de la música fuerte, de las máquinas ruidosas y de las voces estridentes. Sin embargo, la clase de ruido que pone en peligro nuestro bienestar espiritual no es el que emitimos, sino el que invitamos a entrar en nuestra vida. Algunos usamos el ruido para no sentirnos solos: voces de personajes de la televisión y de la radio nos dan una sensación de compañerismo. Otros lo empleamos para tapar nuestros propios pensamientos: otras voces y opiniones impiden que tengamos que pensar en nosotros mismos. También se usa el ruido para no oír la voz de Dios: la conversación constante, aun cuando estamos hablando con el Señor, nos resguarda de oír lo que Él nos quiere decir.
Pero Jesús, incluso durante los momentos más atareados de Su vida, destacó la importancia de buscar lugares a solas donde podía mantener una conversación con Su Padre (Marcos 1:35). Aunque no podamos encontrar un lugar completamente silencioso, es necesario que busquemos dónde acallar nuestra alma (Salmo 131:2), un sitio donde le prestemos atención a Dios por completo.