Una compañía de Nueva York envió avisos a 350 empleados informándoles que ya no tenían derecho a beneficios por causa de su reciente fallecimiento. ¡Sorpresa! Cuando el gran humorista estadounidense Samuel Clemens (mejor conocido como Mark Twain) leyó un obituario de su propia muerte en un periódico, dijo en son de burla: «Los informes sobre mi fallecimiento han sido grandemente exagerados.»
Claro que todos vamos a morir algún día. Pero la mayoría de nosotros se sorprendería si fuera hoy.
Sin embargo, no tenemos garantía de que vayamos a vivir este día completo. En los últimos dos años, dos de mis amigos murieron en accidentes de autos. La hija adolescente de uno de mis compañeros de trabajo también murió en un accidente de auto. ¿Cuál de estas personas, que amaban a Jesús, sabía esa última mañana que verían a Dios cara a cara antes del final del día? Ninguna de ellas. Fue una sorpresa.
El Salmo 139 nos lleva por la trayectoria de la vida comenzando con nuestra concepción. ¡Qué íntimamente nos conoce Dios! En el versículo 16, el salmista David escribió: «… en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados….» Es impactante cuando alguien a quien amamos muere «demasiado pronto», pero Dios siempre supo la duración de esa vida. «El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa» (Salmo 144:4).
«Demasiado pronto» es nuestra interpretación, pero si miramos con los ojos de Dios nos damos cuenta de que la muerte no es el final para los que han confiado en Jesús como Salvador. Es, sencillamente, la próxima etapa de la vida. Es una interrupción de la vida tal como la conocemos ahora. Pero no es el final. La muerte no ha ganado (1 Corintios 15:54-57).
Como seguidores de Jesús tenemos esperanza (1 Tesalonicenses 4:13-17). Nuestro corazón se quiebra cuando decimos adiós, pero no es un adiós para siempre. Un día, con sonrisas de sorpresa y gozo, nos veremos unos a otros otra vez. —CK