En su libro Long for This World [Añoranza por este mundo], Jonathan Weiner escribe sobre la promesa de la ciencia de extender radicalmente el largo de nuestra vida. En el centro del texto está el científico inglés Aubrey de Grey, el cual predice que, un día, la ciencia nos ofrecerá vivir 1.000 años. Declara que la biología molecular finalmente ha puesto a nuestro alcance una cura para el envejecimiento.

Pero ¿qué diferencia hay si después de vivir 1.000 años, al final igualmente moriremos? La predicción de de Grey simplemente pospone el enfrentarnos con la pregunta suprema en cuanto a qué sucede cuando morimos. No la contesta.

Las Escrituras nos dicen que la muerte no es el final de nuestra existencia, sino que tenemos la certeza de que todos compareceremos delante de Cristo: los creyentes por sus obras y los incrédulos por haberlo rechazado a Él (Juan 5:25-29; Apocalipsis 20:11-15). Todos somos pecadores y necesitamos ser perdonados. Solo la muerte de Cristo en la cruz ha provisto el perdón para todos los que creen (Romanos 3:23; 6:23). La Biblia dice: «… está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27).

Nuestro preestablecido encuentro cara a cara con Dios pone todo en perspectiva. Así que, ya sea que vivamos 70 años o 1.000, la cuestión de la eternidad es la misma: «Prepárate para venir al encuentro de tu Dios» (Amós 4:12).