La primera vez que la vi, me enamoré. Era hermosa. Elegante. Limpia. Radiante. En cuanto divisé la berlina Ford Thunderbird 1962 en el estacionamiento de automóviles usados, su brillante exterior y su mortífero interior me atrajeron. Sabía que era el coche para mí. Así que, me despojé de 800 dólares y compré mi primer auto.
Pero dentro de mi preciada posesión acechaba un problema. Pocos meses después de comprar mi T-Bird, repentinamente empezó a mostrarse rara en cuanto a la dirección en que podía conducirla. Me dejaba avanzar, pero no podía retroceder. No tenía marcha atrás.
Aunque no tener marcha atrás es un problema para un automóvil, a veces es bueno que nosotros nos parezcamos un poco a mi viejo T-Bird. Es necesario que sigamos avanzando, sin posibilidad de poner la vida marcha atrás. En nuestro andar con Cristo, debemos negarnos a retroceder. Pablo lo dijo con sencillez: «… prosigo a la meta…» (Filipenses 3:14).
Quizá el pueblo de Israel podría haber usado la caja de cambios de mi T-Bird. En Éxodo 16, leemos que corrían peligro de poner la vida marcha atrás. A pesar de los numerosos milagros que Dios había hecho, anhelaban volver a Egipto y no confiaban en que Él podía guiarlos para seguir adelante.
Es necesario que nos mantengamos avanzando en nuestro andar con Dios. No retrocedamos. Miremos hacia adelante. Sigamos adelante.