Un amigo mío, que es corrector de estilo, y yo conversábamos de un libro en el que él estaba trabajando que había «resultado un fracaso». Este libro tenía todo a su favor: buen tema, contenido, título, cubierta. El autor era muy conocido. El presupuesto de mercadeo era muy bueno. Pero las ventas estuvieron muy por debajo de lo proyectado, por lo que el editor terminó con un almacén lleno de libros no vendidos. Y el autor se desilusionó tanto que fue en busca de mejores horizontes en otras editoriales. Mi amigo pensaba que él había hecho algo malo y que eso causó el fracaso.
Sin embargo, hablando técnicamente, el libro no fracasó. Según la mayoría de las normas, se vendió bien. El problema no era que el libro, el autor o el corrector eran defectuosos, sino que la presunción era defectuosa. La decisión de imprimir tantos libros se basó en una creencia equivocada de que una persona puede crear deseo en otra.
Un acontecimiento bíblico fundamental revela lo necia que es esa manera de pensar.
Poco antes de que Jesús fuera traicionado se fue a un huerto de olivos a orar con sus discípulos. Sabiendo la agonía que le esperaba, Jesús pidió a sus amigos que velaran y oraran con Él. Sin embargo, ellos acababan de celebrar la comida de la Pascua y tenían el estómago lleno y los ojos cargados de sueño. Por eso, en el instante en que cerraron los ojos para orar, sus mentes se cerraron por el sopor. Cuando Jesús los encontró durmiendo dijo: «¿Conque no pudisteis velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en tentación» (Mateo 26:40-41).
Ni siquiera Jesús pudo crear en sus propios discípulos el deseo de orar
Si alguien a quien amas no ama lo que Dios dice que es bueno, puede que te sientas como un fracaso. No lo eres. Tu responsabilidad no es crear buenos deseos en otra persona; es simplemente que tú desees la bondad de Dios y que encuentres satisfacción al conocerlo, amarlo y obedecerlo. Puede que otros vean la diferencia que Jesús marca en tu vida y tomen su decisión. Sin embargo, ten en cuenta que su decisión te podría decepcionar, así como la decisión de los discípulos decepcionó a Jesús. —JAL