Antes de partir en un viaje reciente a Asia, un compañero de trabajo me advirtió: «¡No comas durian!» El durian es una fruta, una fruta que tiene muy mal olor, cubierta de púas y aproximadamente del tamaño de una pelota de fútbol americano.

Cuando estuve en Malasia fui a un mercado abierto adonde algunos de mis compañeros comenzaron a probar diferentes frutas asiáticas. Y claro, el durian estaba en el menú.

El dueño del puesto de frutas abrió una con un cuchillo que parecía una cuchilla de carnicero. Y de inmediato se me ofreció durian fresco. Me pareció muy hedionda, babosa y (para sorpresa mía) ¡no sabía nada mal! Creo que hubiera podido aprender a disfrutar del insólito sabor si hubiera comido más.

En el primer capítulo de Deuteronomio leemos lo que Moisés estaba relatando a los israelitas acerca de una fruta. Los estaba llevando por el camino de los recuerdos para hacerles entender algo: Dios provee, pero no siempre aceptamos con obediencia su provisión ni la honramos.

Moisés recordó cómo sus espías hallaron el alimento bueno (fruto) que Dios había prometido a su pueblo: «Tomaron en sus manos del fruto de la tierra y nos lo trajeron; y nos dieron un informe, diciendo: «Es una tierra buena que el SEÑOR nuestro Dios nos da» (Deuteronomio 1:25).

Sin embargo, el pueblo no aceptó la provisión de Dios. Rechazaron su «buen fruto». Escucharon informes falsos y se llenaron de temor. Decidieron «no comer durian».

¿Qué ha provisto Dios para ti que hayas rechazado por causade los comentarios negativos de alguien? El Señor te da «buen fruto»: oportunidades de ministrar, actividades nuevas y cambios de dirección.

Si por medio de la oración, el estudio de Su Palabra y el consejo piadoso determinas que Dios te ha dado un «fruto» nuevo, acéptalo. Él te dará todo lo que necesitas para hacer Su voluntad.
¡Vamos! ¡Cómete el durian!  —TF