Hoy se cumple el décimo aniversario del ataque terrorista a los Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. Es difícil pensar en aquella fecha sin que vengan a la mente imágenes de la destrucción, el dolor y la pérdida que inundó el país y todo el mundo después de semejante tragedia. La pérdida de miles de vidas iba acompañada de un profundo sentimiento de quebranto colectivo: la sensación de haber perdido la seguridad como nación. Esa angustia, tanto personal como corporativa, acompañará siempre el recuerdo de los sucesos de aquel día.

Esos horrorosos acontecimientos no son los únicos recuerdos dolorosos del 11 de septiembre. También es el aniversario de la muerte de mi suegro. Su pérdida se siente profundamente en la familia y en su círculo de amistades.

Independientemente de la clase de tristeza que experimentemos, hay un solo consuelo verdadero: la misericordia de Dios. Desde su corazón quebrantado, David clamó a su Padre celestial, diciendo: «Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy en angustia; se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo» (Salmo 31:9). Solo en la misericordia del Señor podemos hallar consuelo para nuestro dolor y paz para nuestros corazones atribulados.

En toda pérdida, podemos acudir al verdadero Pastor, Jesucristo, que es el único que puede sanarnos de la angustia y el quebrantamiento.