¿Cuál fue la última vez que te sentiste culpable por algo que dijiste o hiciste? El sentirse culpable ha pasado de moda en nuestra época. De hecho, una serie de TV estadounidense llamada Seinfeldpopularizó una común expresión postmoderna: «No que haya nada de malo en eso.» Esta frase se decía después de que el hablante mencionaba a alguien que hacía algo que la mayoría de la gente considera malo. El punto era que nadie debía decir ni implicar que lo que hace otra persona es pecaminoso.

Sin embargo, existe un gran problema en esa manera de pensar. Dios va a juzgar nuestra conducta. Para aquellos que nunca reconocen su pecado —que nunca reciben el perdón que se halla en Jesús— hay juicio eterno. El infierno es una realidad. El primer paso hacia él es la negación de la maldad, la negación del pecado. Lo bueno de tener un sentimiento de culpa por el pecado es lo siguiente: si uno lo admite, siempre existe la opción del arrepentimiento, de alejarse de ese pecado por medio de la confesión. Cuando la gente deja de reconocer su pecado, ha cerrado efectivamente la puerta a la sanidad espiritual. Ha rechazado la cura.

La convicción del Espíritu Santo, la verdad de la Biblia y nuestro sentido innato de lo bueno y lo malo nos hacen conscientes de nuestra inclinación al mal. Negarlo es absolutamente lo peor que podemos hacer, pues da la espalda a Dios y nos pone de frente a la desesperanza.

Si has estado sintiéndote culpable por algo, no lo niegues. Lidia con ello. Si confiesas honestamente a Dios que has pecado y reconoces que Jesús murió por ese pecado, y si aceptas su perdón, Dios arreglará las cuentas contigo. Entonces recibirás el mismo ali vio al que David el salmista se refirió: «Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al SEÑOR; y tú perdonaste la culpa de mi pecado» (Salmo 32:5). —DO