Uno de los momentos más destacados de mi trabajo como rector de la universidad es la ceremonia de graduación. Un año, mientras caminaba hacia el salón de actos, me entusiasmaba pensar en que nuestros graduados estaban listos para salir a contarle al mundo sobre el poder transformador de la obra de Cristo. En el trayecto, observé unas laboriosas hormigas que se esforzaban por cumplir con su rutina. Pensé: ¡Hay cosas mucho más importantes que hacer que construir montículos de tierra!
Nos resulta fácil perdernos en el «mundo de las hormigas»; estamos tan ocupados en nuestras rutinas que no disfrutamos del gozo de participar personalmente en el cuadro más amplio de la gran obra de Dios en el mundo. ¡La obra del Espíritu está inundando Sudamérica, miles en África aceptan diariamente a Cristo como Salvador, los creyentes perseguidos no se rinden y los países de la costa asiática vibran con el evangelio! ¿Estos pensamientos inundan alguna vez tu corazón? ¿Tu vida de oración? ¿Tu talonario de cheques?
Nuestra preocupación por cosas más insignificantes me recuerda el informe de Pablo: «… Demas me ha desamparado, amando este mundo…» (2 Timoteo 4:10). Me pregunto si Demas llegó a lamentar haber abandonado el evangelio por los montículos de tierra de este mundo.
Dejemos el «mundo de las hormigas» y dediquemos nuestro corazón y nuestra vida a difundir el evangelio de Jesucristo.