«¡Mírame!» Te llamé informalmente. Pensé que sería bueno que me presentara ante Ti. Estaba tan seguro de que estarías orgulloso de lo que he llegado a ser. ¿No fue algo noble el que me tomara el tiempo de desfilar frente a Ti?

Tú me miraste con ojos que me pusieron de rodillas. La mano me temblaba cuando traté de taparme la cara. Tu gloria me cegó.
Tu voz era clara y me llegó hasta el tuétano.
Me revelaste cosas sobre mí que yo no quería escuchar. Mi compasión, o falta de ella, estaba desnuda delante de Ti. !Me has dado tanto! ¡Yo te he dado tan poco! (Amós 2:7).
Tú revelaste que mi vida, aparentemente tan llena y abundante, es la peor forma de pobreza. Mi alma estaba en bancarrota (3:14-15).
Tu mirada perforó mi inflada existencia. Yo había estado meditando en las riquezas de esta tierra. De repente, me supieron agrias (4:1).

Mi orgullo, sí, mi orgullo y autosuficiencia se habían interpuesto entre Tú y yo.
Mis ojos, mi mente, se habían cerrado a tus advertencias.
Memostraste tu poder y tu benévola disciplina. Pero yo había seguido alejándome de Ti en mi engaño (4:9).
Me acobardé sintiendo el peso de mi falta de amor por Ti,
oh mi Dios, y por los demás. Entonces me hablaste:
Por tanto, así haré contigo, Israel; … prepárate para encontrarte con tu Dios,
… el que forma los montes, crea el viento y declara al hombre cuáles son sus
pensamientos, el que del alba hace tinieblas y camina sobre las alturas de la tierra: el SEÑOR, Dios de los ejércitos, es su nombre (4:12-13) .

Me derrumbé bajo Tu santidad. Mi corazón latía de temor. Pero entonces, Tú hablaste otra vez. Tus palabras, tan generosas y compasivas, me dicen que aún no has acabado conmigo: «Buscad al SEÑORy viviréis» (5:6).
Lo haré, Señor, lo haré.  —TF