«Ssssh.» ¿Alguna vez te has preguntado cuánto tiempo hace que se usa ese tradicional sonido para acallar? Probablemente cientos de años. El libro de Job en el Antiguo Testamento puede darnos una indicación. Dios tuvo que acallar a ese viejo patriarca y a sus amigos que no podían parar de dar sus opiniones acerca de uno de los misterios de la vida: ¿Por qué sufre la gente? Dios no detuvo a Job con un «sshh» exactamente, sino con un «huush«. Captó la atención de Job con un torbellino. Antes de eso, en el libro, Job había estado verdaderamente molesto con sus amigos y les dijo que dejaran de hablar… para él poder comenzar a hablar. Pero al final, hasta él tuvo que callarse la boca para poder escuchar a Dios.

Eso es lo principal cuando se trata de la disciplina del silencio: nos ayuda a escuchar a Dios. El profeta Elías aprendió esto en una situación incluso más dramática que la de Job. Dios captó la atención de Elías con un torbellino también, pero después envió un terremoto y luego un fuego. Este hombre, que era la misma voz de Dios para el pueblo de Israel, se asustó con el ruido. Sin embargo, lo que captó su atención fue lo que vino en el silencio que siguió: «el susurro de una brisa apacible» (1 Reyes 19:12). Podemos aprender de estas dos importantes apariciones de Dios a la gente que Él amaba que tenemos que parar de hablar incesantemente y comenzar a escuchar. Necesitamos momentos de silencio para oír la voz de Dios hablarnos.

Nuestro silencio nos impide decir cosas que son malas o hirientes. William Penn, el «padre de Pensilvania», dejó una carta aconsejando a sus hijos. Entre los cientos de sabias amonestaciones escribió: «El verdadero silencio es descanso de la mente. Es para el espíritu lo que el sueño es para el cuerpo: alimento y refrigerio. Es una gran virtud: cubre la locura, guarda los secretos, evita disputas e impide el pecado.»

Luego refirió a sus hijos a Proverbios 10:19: «En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, mas el que refrena sus labios es prudente.»  —DO