El destino había querido que compartiéramos el asiento en un viaje de ocho horas en tren. Un ex embajador de los Estados Unidos y yo tuvimos un enfrentamiento rápidamente cuando él suspiró al ver que yo sacaba mi Biblia.
Reaccioné tal como él esperaba. Al principio, intercambiamos algunas frases breves para acosarnos mutuamente o para ganar terreno. Sin embargo, en forma gradual, detalles de nuestras respectivas historias de vida se incorporaron en la conversación. La curiosidad hizo que brotara lo mejor de nosotros y terminamos haciéndonos preguntas en vez de peleándonos. Con un título universitario en ciencias políticas y una adicción por la política como pasatiempo, me intrigó su carrera, que incluía dos notorios períodos como embajador.
Lo más extraño fue que sus preguntas eran sobre mi fe. Lo que más le interesaba era saber cómo me había convertido en «creyente». El viaje en tren terminó amigablemente, e incluso intercambiamos nuestras tarjetas profesionales. Mientras se iba, se dio vuelta y dijo: «A propósito, la mejor parte de su argumento no es lo que piensa que Jesús puede hacer por mí, sino lo que Él ha hecho por usted».
En Juan 9, tal como sucedió en aquel tren, Dios nos recuerda que la mejor historia es la que conocemos íntimamente: nuestro propio encuentro con Jesucristo. Intenta contarles la historia de tu fe a seres queridos y a amigos, para que puedas compartírsela claramente a otras personas.