Durante buena parte de mi vida, compartí la perspectiva de aquellos que claman contra Dios por permitir el sufrimiento. No podía encontrar ninguna manera de justificar un mundo tan tóxico como este.
Sin embargo, al visitar personas cuyo dolor era mucho mayor que el mío, me sorprendí de sus efectos. Al parecer, el sufrimiento podía actuar reforzando la fe o, de lo contrario, sembrando dudas.
Mi enojo en cuanto al dolor ha desaparecido principalmente por una razón: Conocí a Dios. Él me ha dado gozo, amor, felicidad y bondad. Me brinda fe en una Persona, una fe tan sólida que no hay ningún grado de sufrimiento que pueda erosionarla.
¿Dónde está Dios cuando experimentamos angustias? Ha estado presente desde el principio. Él diseñó un sistema de sufrimiento que, en medio de un mundo caído, lleva Su sello. Transforma el sufrimiento y lo utiliza para enseñarnos y fortalecernos si permitimos que nos acerque a Él.
El Señor se sintió dolido, sangró, clamó y sufrió. Ha dignificado para la eternidad a todos los que sufren al haber experimentado lo mismo que ellos. Pero un día, reunirá los ejércitos del cielo y los enviará para derrotar completamente a los enemigos de Dios. El mundo verá un último y aterrador período de sufrimiento antes de que se produzca la victoria final. Entonces, el Señor creará para nosotros un mundo nuevo e increíble… y ya no habrá más dolor (Apocalipsis 19:11–22:6).