Me encontraba en un culto de adoración un domingo en la Iglesia Internacional de Minsk, Bielorrusia. La congrega ción alquila un espacio en el centro cultural, el cual queda justo al frente del Instituto Lingüístico. Puesto que el culto es en inglés, algunos de los estudiantes asisten para escuchar el inglés hablado. Unos jóvenes estadounidenses y rusos nos guiaron en una sesión de alabanza.

Yulya, una de las cantantes del grupo de alabanzas, nos guió en oración. Ella alabó a Dios honrándolo y ensalzando su nombre por todo lo que Él ha hecho por nosotros, incluyendo nuestra salvación. Ella se hizo creyente después de asistir a una iglesia para escuchar el inglés.

La próxima parte de su oración era algo más o menos así: «Admitimos, Señor, que a veces pecamos. Sabemos que eso está mal. El Espíritu Santo nos advierte. Sin embargo, como quiera lo hacemos. Por favor, perdónanos. Ayúdanos a superar nuestras debilidades y a invocarte cuando necesitemos ayuda. Amén.»

Esta creyente, relativamente nueva, tuvo el coraje de confesar públicamente que, igual que todos los creyentes, ella peca. Expresó la misma clase de frustración que Pablo sintió en Romanos 7 cuando dijo: «Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico» (v.19). Pero casi inmediatamente dijo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro…» (vv.24-25).

Ese es el problema. Sabemos que no deberíamos hacerlo. El Espíritu Santo nos coloca una señal roja y grande que dice PARA. Pero como dijo Yulya, «como quiera lo hacemos».

Lo importante es que lo reconozcamos, lo confesemos y experimentemos el perdón de Dios (1 Juan 1:9). Entonces podremos seguir avanzando en nuestra vida cristiana, obteniendo la victoria sobre pecados de mucho tiempo. Cuando detenemos ese proceso, cuando nos desalentamos y nos damos por vencidos, le facilitamos las cosas a Satanás.

Si admitimos honestamente que quebrantamos una y otra vez las leyes de Dios, tal vez cometiendo el mismo pecado vez tras vez, estaremos en el camino al crecimiento y la victoria espiritual. Digamos a Dios, como lo hizo Yulya: «Como quiera lo hice. Por favor, perdóname.»  —DCE