Si usas correo electrónico a menudo probablemente hayas escuchado hablar del virus del gusano Klez. Espero que hayas podido evitar estos detestables intrusos cibernéticos que roban los recursos del sistema y destruyen tus archivos. Este gusano ha circulado durante bastante tiempo, y es el virus de computadora del que más se informa. Una vez recibes alguna variación del gusano Klez en tu computadora, tienes que usar un programa anti virus para eliminarlo.
Probablemente hayas escuchado hablar de otro virus que ha circulado desde hace mucho más tiempo que el gusano Klez. Es el virus del gusano del pecado. El virus del gusano del pecado puede hacer que toda una comunidad yerre, se descarríe, vague o vacile sobre los propósitos de Dios. Es el virus más común que existe hoy. Este detestable intruso ataca el corazón, y si no se controla, destruye familias, amistades, carreras, oportunidades, finanzas, futuros y —sobre todo— tu comunión con el Señor. Es el gran interruptor de tu deseo y pasión por Dios.
Lee Levítico 4:13-20 otra vez. En el Antiguo Testamento, la ofrenda por el pecadoera el programa antivirus de Dios para el virus del gusano del pecado. El propósito de la ofrenda por el pecado era proporcionar un sustituto para pecados específicos no intencionados, el perdón de pecados y limpieza de la contaminación. Esta ofrenda por el pecado obligatoria era una manera específica de que un pecador y una comunidad penitentes lograran la plena restauración de la comunión con Dios.
Hoy día no necesitamos toros, cabritos, carneros ni corderos que sacrificar a Dios por nuestros pecados. Jesús se ofreció a Sí mismo a Dios como nuestra expiación sustitutoria, un sacrificio «una vez para siempre» (Hebreos 10:10). Dios quiere que seamos santos por el sacrificio del cuerpo de Jesús por medio de nuestra fe en Él (Romanos 10:9).
Jesús es el programa antivirus de Dios para quitar el gusano del pecado. La confesión diaria es la manera de mantener nuestra comunión con Él. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). —MW