Los monjes trapenses de la Abadía de New Melleray en Peosta, Iowa, se convirtieron en empresarios hace un par de años. Comenzaron a hacer y a vender ataúdes. Algunos son cajas sencillas de pino, mientras que otros son ataúdes finamente elaborados, intricadamente tallados, hechos de nogal negro, roble rojo, fresno o arce.
¿Por qué lo hacen? Por dos razones. La primera es más bien obvia: la abadía necesita dinero para sostener su sencillo estilo de vida, y su empresa ha tenido éxito. La segunda razón es más sublime. Los monjes están intentando recuperar un sentido de espiritualidad a la manera moderna de morir.
Los monjes trapenses han creído desde hace mucho tiempo que la muerte en una parte sagrada de la vida y que no hay que temerle. La Regla de San Benedicto, formada hace unos 1500 años, es la siguiente: Mantén la muerte delante de tus ojos diariamente. Uno de los artesanos, el padre Brendon Freeman, comentó: «Existe una estrecha conexión entre la vida y la muerte.»
¿Por qué iba nadie a querer pensar en morir? La vida hay que vivirla y disfrutarla. El momento de pensar en morir es cuando envejecemos, y para eso falta mucho.
Bueno, tal vez. Pero la Biblia enseña que necesitamos vivir con la muerte en perspectiva. Dice que morimos una vez, y que después hay un juicio (Hebreos 9:27). Pablo dijo que «el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21).
Nuestros cuerpos envejecen, se desgastan, se deterioran. La muerte es la manera de Dios de sacarnos del mundo al que nos trajo. Y en Jesús podemos encarar la muerte de una manera sana y confiada porque sabemos que en Él nuestros pecados están perdonados, y que el cielo está a la vuelta de la esquina. Y eso, a la vez, nos ayudará a vivir de una manera más santa y piadosa. —DCE