Un hombre del siglo XVII escuchaba furtivamente a unas señoras que conversaban sobre temas espirituales. Más arde, ese hombre escribió:
Hablaban de un nuevo nacimiento, de la obra de Dios en sus corazones…; hablaban de cómo Dios había visitado sus almas con Su amor en el Señor Jesús, … ellas [hablaban] … como si hubieran encontrado un mundo nuevo.
Con el tiempo, el hombre llegó a conocer a Jesús como Salvador y su vida fue transformada. Posteriormente fue encarce lado por su fe y escribió El peregrino,un clásico de siempre. Este escuchador furtivo «espiritual» era Juan Bunyan, el gran escritor puritano.
Parte de la evangelización más eficaz ocurre cuando buscadores curiosos escuchan nuestras conversaciones espirituales. En esos momentos tranquilos de observación y en los que se escucha, estas personas ven en acción lo que nosotros a veces no vemos en nosotros mismos:la realidad transformadora de Jesús.
Desde el principio, el escuchar furtivamente las conversaciones espirituales ha desempeñado un papel vital en la propagación del evangelio. Inicialmente, los apóstoles fueron los primeros en predicar el evangelio de la gracia en un mundo pagano. Pero sus esfuerzos fueron únicamente los primeros pasos. A medida que se establecieron comunidades de fe en todo el Imperio Romano, los cristianos ganaron regiones enteras para Jesús, tanto que Pablo dijo a la iglesia de Tesalónica: «Porque saliendo de vosotros, la palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada» (1 Tesalonicenses 1:8).
¿Por qué eran los creyentes tan eficaces compartiendo su fe? Indudablemente, parte de su éxito era que permanecían cerca de personas que tenían «oídos para escuchar». Por medio de conversaciones diarias, a los buscadores y escuchadores espirituales se les despertaba la curiosidad y a la larga llegaban a tener fe en Jesús. Nunca sabes quién puede estar escuchando. Sigue hablando de Él. —DF