La película animada Monsters, Inc.trata de un temor conocido: el terror de todo niño de lo que puede ocultarse en el armario. En la película, el terror de los niños suministraba energía eléctrica a Monstropolis, la ciudad adonde vivían los monstruos.
Ahora bien, no estoy aquí para debatir la existencia de Monstropolis ni su necesidad de buscar otras fuentes de energía. Sin embargo, la trama de la película habla de una experiencia que todos tenemos en nuestra niñez. Cuando las luces se apagan, llega el temor.

Cuando vivimos en oscuridad espiritual —apartados de Dios— puede que sintamos temores. No podemos ver lo que nos queda por delante, por detrás ni a nuestro alrededor. Necesitamos que Dios encienda las luces.

Cuando Él nos ilumina espiritualmente, por medio de una relación personal con Él, la cosa no termina ahí. También debemos andar en la luz. Dios brilla en nuestra vida y nos muestra el camino a seguir.

Eso, con toda certeza, vence nuestros tropiezos en la oscuridad. Por supuesto que a veces volvemos a nuestros antiguos caminos Cerramos los ojos para apagar la luz de Dios. Ya puedes adivinar lo que sucede: comenzamos a tropezar otra vez. O nos quedamos paralizados en nuestros caminos temerosos de dar un paso más.

El apóstol Juan era un pensador práctico. Para él, vivir en la luz significa andar en la luz. Eso tiene dos implicaciones prácticas. Primero, implica obediencia. Y ese es un tema que se ve en todo el libro de 1 Juan.

Segundo, a medida que andes en la luz, echa un vistazo a tu alrededor. ¿Qué ves? Otros cristianos. Cuando estamos en comunión con Dios, también estamos en comunión los unos con los otros y andamos juntos.

Una cosa útil acerca de la luz es que te ayuda a verlo todo. No hay monstruo que se pueda ocultar; la luz los descubre. O sea que no tenemos razón para temer si andamos en la luz de Dios.

Los personajes de Monstropolis no necesitan tu temor para hacer funcionar sus licuadoras. De hecho, sólo tus adversarios espirituales anhelan tu temor para poder robarte tu energía espiritual. Pero tú, ¡enciende la luz!  —JC