Es inevitable que los problemas invadan nuestra vida: Recibir un mal resultado de un estudio médico, que un amigo de confianza nos traicione, que un hijo nos rechace o que un cónyuge nos abandone. La lista de posibilidades es extensa, pero hay solo dos opciones: seguir adelante solos o acudir a Dios.
Enfrentar los problemas solos no es una buena idea, ya que puede llevar a tener conductas perjudiciales, a culpar a Dios y a hundirse en la derrota. Como les sucedió a los israelitas, podríamos perder el control y desesperarnos (Números 14:1-4).
Cuando la mayoría de los espías informó sobre los intimidantes gigantes y los peligros que estaban por delante, usaron seis veces verbos que hablaban de sus propias acciones, pero no se refirieron nunca al Señor (13:31-33). Los israelitas estaban en la cúspide de la bendición definitiva que Dios les había prometido. Habían sido testigos presenciales de los milagros en Egipto y sus pies habían caminado por el lecho seco del Mar Rojo, para obtener una victoria que dejó a todos boquiabiertos. La fidelidad de Dios se había evidenciado de manera asombrosa. ¡Qué mala memoria! ¡Qué decepcionante incredulidad! Lamentablemente, habían dado sus espaldas al Señor y abandonado la bendición.
Por el contrario, Caleb y Josué optaron por acudir a Dios con esta confianza: «… con nosotros está Jehová…» (14:9). Cuando se te aparezcan los gigantes, ¿qué harás?