Yo llevo sólo dos joyas: un anillo de bodas en el dedo y una pequeña cruz celta en una cadena alrededor del cuello. El anillo representa mi compromiso de ser fiel durante toda la vida a Carolyn, mi esposa. La cruz me recuerda que no sólo lo soy por amor a ella, sino también por causa de Jesús. Él me ha pedido que sea fiel a mi esposa hasta que la muerte nos separe.

Un matrimonio no es solo un contrato que podemos quebrantar pagando una indemnización. Es un compromiso sin igual cuyo propósito explícito es vinculante hasta que la muerte separe a las partes (Mateo 19:6). Las palabras «para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en salud y en enfermedad» consideran la posibilidad de que no será fácil cumplir con los votos. Las circunstancias pueden cambiar y también pueden hacerlo los cónyuges.

En el mejor de los casos, el matrimonio es complicado; abundan los desacuerdos y las adaptaciones difíciles. Si bien no deben vivirse relaciones abusivas y peligrosas, aceptar los problemas de la pobreza, de los inconvenientes y de las decepciones puede producir felicidad. Un voto matrimonial es una obligación de amarse, honrarse y cuidarse mutuamente durante toda la vida, porque Jesús nos pidió que así lo hiciéramos. Como lo expresó una vez un amigo mío: «Este es el voto que nos mantiene fieles aun cuando no tenemos ganas de cumplirlos».