Mientras estuvo en casa durante un tiempo, mi nieta Addie empezó a preguntar una y otra vez: «¿Qué estás haciendo, abuelo?». Ya sea que trabajara en la computadora, me pusiera los zapatos para salir, me sentara a leer o ayudara en la cocina, ella se ponía a mi lado y me preguntaba qué estaba haciendo.
Después de contestarle algunas decenas de veces, diciendo: «pagando cuentas», «yendo a la tienda», «leyendo el periódico», «ayudando a la abuela», llegué a la conclusión de que ella estaba haciendo una pregunta clave.
Contestarle a una niña curiosa sobre todo lo que hacemos es una cosa, pero responderle a Dios sobre nuestros actos es infinitamente más importante. ¿Acaso no sería útil pensar que el Señor se pone a nuestro lado en cualquier momento para preguntarnos: «Qué estás haciendo»? ¡Imagina cuántas veces nuestras respuestas parecerían sin sentido o vacías!
«Paso toda la tarde viendo televisión», «como más de lo que debo», «paso otro día entero sin hablar contigo», «discuto con mi cónyuge»… y la lista podría seguir, para vergüenza personal.
Se nos dice que debemos usar el tiempo de manera cuidadosa, teniendo en mente glorificar a Dios (1 Corintios 10:31; Colosenses 3:23). Pablo dijo: «… tengan cuidado de su manera de vivir» (Efesios 5:15 NVI). Así que, es una buena pregunta. Dios quiere saber: «¿Qué estás haciendo?».