Vivimos en una era dominada por toda clase de encuestas de opinión pública. La multitud influye en la toma de decisiones, y hasta cierto punto es bueno. Los sondeos pueden informarnos sobre las experiencias de la gente con determinados productos, y esto nos ayuda a comprar mejor. También brindan a los funcionarios gubernamentales una idea de cómo se reciben sus iniciativas políticas. Mientras que la información recogida es una cuestión de opinión personal, puede servir para determinar qué decidir en diversas cuestiones.
Sin embargo, en lo que respecta a la pregunta más importante para toda la eternidad, una encuesta de opinión pública no puede darnos la respuesta, sino que debemos responder en forma personal. En Mateo 16, Jesús llevó a Sus discípulos a Cesarea de Filipo y les hizo una pregunta sobre qué opinaba la gente: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (v. 13). Las respuestas fueron diversas y todas se complementaban, pero ninguna era la adecuada. Por esta razón, el Señor después inquirió: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). Pedro tuvo la contestación correcta: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (v. 16).
La opinión pública puede ser útil para responder a ciertos interrogantes, pero no a la pregunta esencial que definirá tu eternidad: ¿Quién dices tú que es Jesús? Si concuerdas con las Escrituras y pones tu fe en Cristo, tendrás vida eterna.