Un amigo mío es pastor de una congregación en un pequeño pueblo de montaña cerca de Boise, Idaho. La comunidad está enclavada en un valle boscoso por donde pasa un arroyo pequeño y agradable. Detrás de la iglesia y a lo largo de la corriente de agua, hay un bosquecillo de sauces, un espacio con césped y una playa con arena. Es un lugar idílico que, por mucho tiempo, ha sido el sitio de reunión de los miembros de la iglesia para esparcimiento al aire libre.

Un día, un hombre de la congregación expresó su preocupación por las implicancias legales del uso de la propiedad por parte de «personas de afuera». «Si alguien se lastima —dijo él— podrían demandar a la iglesia». Aunque los ancianos eran reacios a actuar, el hombre los convenció para que pusieran un cartel donde se informara a las visitas que ese lugar era una propiedad privada. Entonces, el pastor colocó una señal que decía: «¡Peligro! Cualquiera que use esta playa podría, en cualquier momento, verse rodeado por personas que lo aman». A la semana siguiente de que él lo puso, lo leí y me encantó. «Exactamente —pensé—. Una vez más, ¡la gracia ha triunfado sobre la ley!».

Este amor por el prójimo brota de la bondad, la tolerancia y la paciencia de Dios para con nosotros. No es la ley, sino el favor de Dios lo que lleva a hombres y a mujeres a arrepentirse (Romanos 2:4) y a poner su fe en Su Hijo Jesucristo para ser salvos.