Al final de la comida, Mateo saltó de la mesa, salió rápidamente por la puerta del frente del comedor, y corrió hacia el baño más antiguo del campamento. ¿Por qué? Porque quería limpiar los inodoros de los hombres. A Mateo le gustaba hacer los trabajos que otros miembros del personal del campamento evitaban.
Cuando Mateo era pequeño, las cosas no siempre iban bien en su casa. Su mamá y su papá tenían problemas en su relación. Su papá a veces se ausentaba. Por un tiempo, Mateo se sintió alejado de Dios. Pero entonces, por medio de su estudio de la Biblia y de la ayuda de amigos que aman a Jesús, Mateo se deshizo de las cosas que se interponían entre él y Dios.
Desechó la amargura. Perdonó a su papá. Desechó la falta de esperanza. Optó por creer.
Sobre todo, Mateo optó por la gracia. A este creativo e inteligente muchacho no le importaba hacer trabajos humildes —ni siquiera las peores tareas del campamento— porque había probado la gracia. Y después de probar eso, asimiló bien la realidad de que Jesús había muerto por él. Por él. A Mateo le encantaba agarrar el cepillo del inodoro y empezar a desinfectar. Creo que era su manera de vivir con gozo la nueva vida que él sabía era un pre ciado regalo de su Salvador. Puesto que Jesús se humilló a Sí mismo y murió en una cruz por mí, yo le serviré humildemente.
El apóstol Pablo es un ejemplo bíblico de alguien que gustó la gracia de Dios y fue cambiado de la cabeza a los pies. Con gusto iba adonde Dios lo dirigía sirviendo «con toda humildad, y con lágrimas» (Hechos 20:19). ¿Su meta? Revelar a los demás el «evangelio de la gracia de Dios» (v.24).
Puede que hayas confiado en Jesús hace mucho tiempo, o que todavía no le conozcas como Salvador. Una cosa es segura: una vez pruebes de verdad su gracia, nunca serás la misma persona.
A los 20 años, Mateo murió en un accidente. Ahora mismo está en la presencia de Jesús, probablemente sirviendo a otros. Pero el cepillo de Mateo todavía está aquí en la tierra. ¿Vas a tomarlo y a usarlo? —TF