Las naciones más prósperas del mundo hoy en día son aquellas que fomentan y protegen lo que los economistas llaman «derechos de propiedad privada». Esos derechos, en combinación con un libre intercambio de bienes y servicios más tecnologías innovadoras, han dado como resultado una riqueza increíble para muchas naciones. Este crecimiento se ve más dramáticamente en las economías capitalistas, las que protegen los derechos a la propiedad, permiten que el mercado funcione con un mínimo de control gubernamental, y permiten a los ricos conservar y reinvertir libremente sus ganancias.
Lamentablemente, a medida que la riqueza ha aumentado drásticamente en las últimas dos décadas, la brecha entre ricos y pobres también ha aumentado. A esta tendencia hay que aña dir el que algunas personas y corporaciones adineradas no hayan limitado su poder económico para proteger a los que no tienen poder y al entorno global.
Cuando uno examina las leyes y políticas que Dios estableció para Israel, como las que vemos en el libro de Éxodo, es fácil entender la diferencia entre ese ideal y las economías actuales. La economía de Israel fue fundada sobre tres principios: honrar a Dios, honrar al prójimo y honrar la creación de Dios.
Estos principios, a su vez, estaban basados en una cosmovisión que reconocía aDios como el verdadero dueño de la tierra y de todos sus recursos (Salmo 24:1), y que las personas son administradores de Dios. O sea que en realidad, nunca somos dueñosde la propiedad, sino tenedoresde la misma.
Al comprender esto reconocemos que tenemos serias responsabilidades cuando nos otorgan el privilegio de ser administradores de la propiedad de Dios. Y si esa propiedad es tierra, tenemos la responsabilidad de cuidar de ella, guardar sus frutos y usarla para la gloria de Dios.
Otras responsabilidades en el manejo de la propiedad de uno son el respeto y la compasión hacia nuestro prójimo, permitiendo a las generaciones futuras proveer para sus necesidades como lo hicimos para las nuestras. —DO