«Señor, ¿qué me espera? ¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Querrías hablarme de una vez, por favor? DIOS, ¿QUÉ PASA?»
Las preguntas que hace poco le hice al Señor parecían singularmente penetrantes y sinceras hasta que me dí cuenta de que probablemente yo era la billonésima persona que las hacía.
A todos nos gusta pensar que somos «el alguien» en el programa de Dios. Creemos que si Dios nos diera una palabra audible, alguna respuesta inequívoca, de repente parecería más lógico.
Es por eso que en el corazón de todo cristiano hay oculto el deseo de descubrir una zarza ardiente o recibir una visión celestial. Pero también oculta y mucho más profunda en nuestra alma está la comprensión de que no somos Moisés, y seguro que tampoco Pablo.
Al luchar con los estudios, la carrera y las relaciones interpersonales olvidamos que la visión más importante ya se nos ha dado. A veces nos enrollamos tanto pidiéndole a Dios que nos dé una señal, que olvidamos que ya nos dio un Libro para guiarnos. Y cuando obedecemos la visión que Dios ya nos ha revelado, Él promete ocuparse de los otros detalles de nuestra vida.
En la Biblia, Dios hace, invoca y aparece según es necesario para que se haga su voluntad. ¿Ha cambiado su parecer desde entonces? No, su obra y la buena intención de su voluntad siguen iguales. Él ha tenido los mismos planes desde Moisés, desde Pablo, y en realidad mucho antes que eso.
¿Estás esperando que Dios te dé una nueva visión, antes de obedecer su plan eterno? ¿Tendrá Dios que «coaccionarte» para que lo ames con todas las fuerzas de tu ser? (Deuteronomio 30:10). ¿De verdad confías en que Dios te va a guiar en el futuro? ¿O estás esperando una zarza ardiente?
Dedícate a los mandamientos que Dios ya ha revelado (v.14). Luego confía en que guiará a medida que vivas conforme a lo que hay en Su corazón. —Ariel Vanderhorst, Kansas City, Missouri.