Stacey no estaba contenta. Stacey es una de las mejores ami gas de mi hija Melissa, y no le gustó escuchar lo que dijo una de sus maestras.
Melissa (tal vez lo hayas leído en la meditación del 9 de marzo), murió en un accidente automovilístico el verano del 2002 a la edad de 17 años. Hubiera estado en la clase de Stacey ese día durante la primera semana de su último año de secundaria. Pero, por supuesto, Melissa no estaba, y Stacey y sus amigos lo estaban pasando muy mal sin su sonrisa y su gozosa presencia.
Fue entonces cuando un comentario, aparentemente inofensi vo por parte de la maestra, molestó a Stacey y a sus amigos. La maestra hizo una rápida referencia a Melissa en la clase, pero se refirió a ella sólo como «su compañera de clases». No usó su nombre. Y eso no cayó bien a sus amigos.
Stacey habló con su mamá esa noche sobre sus sentimientos. «Ella no es sólo nuestra “compañera de clases”. Es Melissa. Tiene nombre. La maestra debió haberla llamado “Melissa”, no “su compañera de clases”. Debió haber dicho su nombre.» Yprosiguió diciendo a su mamá que a los muchachos les encanta escuchar el nombre de Melissa, y que se asegurarían de decirlo muchas veces.
Un nombre es un símbolo vital de identificación. Es un marcador de identidad que tiene un valor intrínseco propio. Para nuestra familia y para los muchos amigos de Melissa, decir «Melissa», o su apodo «Mell», nos ayuda a mantenerla viva en nuestro recuerdo.
Ese mismo principio debería recordarnos otro nombre que necesitamos tener en la mayor estima: el nombre de Jesús. Muchas veces, en nuestro diario andar por la vida, notamos que la gente parece tener miedo de evocar su imponente nombre. Y algunos, tristemente, denigran el nombre de nuestro Salvador usándolo profanamente.
Defendamos el nombre de Jesús, pues representa a Uno que vino al mundo a salvarnos de nuestros pecados. Pronunciemos su nombre con reverencia, con asombro, con alabanza. No tengamos miedo de pronunciar el nombre de Jesús. — JDB