El 9 de noviembre de 2010 se celebró el 21.º aniversario de la caída del muro de Berlín. Ese día, en 1989, un anuncio en la televisión de Alemania Oriental informaba a las personas de que tenían libertad para viajar a Alemania Occidental. Al día siguiente, unas máquinas demoledoras de la región oriental comenzaron a desmantelar el muro que había dividido ambas naciones durante 28 años.

Jesucristo ha derribado «la pared intermedia de separación» entre los judíos y los gentiles (Efesios 2:14). Sin embargo, había una barrera aun más impenetrable que separaba al hombre de Dios. La muerte y la resurrección de Cristo hicieron posible la reconciliación de los hombres entre sí, y de cada uno de ellos con Dios (v. 16).

Todos los creyentes son ahora «miembros de la familia de Dios» (v. 19). En unidad, debemos crecer para convertirnos en «un templo santo en el Señor» (v. 21), donde el Espíritu Santo de Dios habita entre nosotros y en nuestro interior (v. 22).

Pero, lamentablemente, los creyentes suelen reconstruir muros entre sí. Por eso, Pablo nos insta a andar «como es digno de la vocación […], [soportándonos] con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (4:1-3). En vez de construir muros, trabajemos para desmantelar lo que nos separa. Hagamos que el mundo vea que, en verdad, pertenecemos a la misma familia.