En su libro Life After Heart Surgery [Vida tras una cirugía cardíaca], David Burke recuerda lo cerca que estuvo de morir. Acostado en la cama de un hospital, después de una segunda operación cardíaca, tenía unos dolores increíbles y no podía tomar aire profundamente. Como sentía que pasaba a la eternidad, hizo una última oración, confiando en Dios y agradeciéndole por haberle perdonado sus pecados.
David estaba pensando en ver a su papá, que había muerto hacía varios años, cuando la enfermera le preguntó cómo se sentía. Él contestó: «Ahora estoy bien», queriendo decir que estaba listo para ir al cielo y encontrarse con Dios. «¡No mientras yo estoy de turno, amigo!», dijo ella. Poco después, los doctores estaban abriéndole el pecho otra vez para sacarle dos litros de líquido. Cuando terminaron, David empezó a recuperarse.
Es normal que algunos de nosotros reflexionemos sobre cómo será el momento de enfrentar nuestros últimos instantes en este mundo. No obstante, los que «mueren en el Señor» tienen la certeza de que son «bienaventurados» (Apocalipsis 14:13) y de que su muerte «estimada es a los ojos de Jehová» (Salmo 116:15).
Dios formó nuestros días aun antes de que existiéramos (Salmo 139:16), y ahora subsistimos únicamente porque «el soplo del Omnipotente [nos] dio vida» (Job 33:4). Aunque no sepamos cuántas respiraciones nos quedan… podemos descansar tranquilos en que Él sí lo sabe.