«He sido cómplice de los asesinatos de incontables seres humanos» —confesó el libretista Joe Eszterhas en un artículo de opinión publicado en el periódico The New York Times. Su extraordinaria revelación surgió del remordimiento por el papel protagonista que han desempeñado los cigarrillos en muchas de sus películas. El catalizador para este cambio de corazón fue un duro diagnóstico que recibió hace poco: cáncer en la garganta.
«Estoy admitiendo esto únicamente porque he hecho un trato con Dios —escribió—. Si me salvas, trataré de impedir que los demás cometan los mismos crímenes que yo cometí.»
Los choques con nuestra mortalidad tiene la capacidad de producir tratos con Dios. En el centro de esos tratos —y yo los conozco— hay un pensamiento básico: No estoy preparado para morir. Los soldados solían llamarlos «religión de trinchera».
El repentino sentido de responsabilidad cívica de Eszterhas es encomiable, pero no es el aspecto más importante que él debe considerar. Tal vez su lucha con el cáncer dé a luz una preocupación saludable por el «cáncer del alma» al que han contribuido sus películas más vulgares. Después de todo, si la libertad de hacer lo que quieras con tu propio cuerpo te puede matar, ¿qué le sucede a tu alma cuando vives como si Dios no existiera?
«No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen más nada que puedan hacer —advirtió Jesús—. Pero yo os mostraré a quién debéis temer: temed al que, después de matar, tiene poder para arrojar al infierno» (Lucas 12:4-5).
Es un pasaje aterrador, pero no dejes de ver el calor y la esperanza que hay en él. Jesús llama a su auditorio «amigos míos» (v.4), y comparte cómo cuida Su Padre hasta de los pajarillos comunes.
¿Tienes temores y arrepentimientos? «No temáis —dijo Jesús—. Vosotros valéis más que muchos pajarillos» (v.7). Él ofrece perdón, ibertad y la seguridad del cielo a aquellos que acuden a Él. —TG