La carretera estaba tranquila y avanzábamos rápidamente mientras íbamos a la casa del papá de Jay, en Carolina del Sur. A medida que cruzábamos las montañas de Tennessee, empecé a ver carteles de desvíos. Como mi esposo no se detenía, supuse que no tenían que ver con nuestro recorrido. Poco después, antes de llegar a la frontera de Carolina del Norte, encontramos una señal que decía que, más adelante, la autopista estaba cerrada por un desmoronamiento. Teníamos que dar la vuelta. Jay se sorprendió y preguntó: «¿Por qué no pusieron ningún aviso?». «Había un montón —dije yo—, ¿no los viste?» «No —dijo él—, ¿por qué no me avisaste?» «Supuse que los habías visto», contesté. Ahora contamos esta historia a nuestros amigos, como algo cómico.
A lo largo de la historia, Dios proporcionó numerosos «carteles» para mostrar a las personas cómo vivir, pero no le hicieron caso. Cuando Él, finalmente, envió a Su Hijo como señal (Lucas 11:30), los líderes religiosos casi no prestaron atención a Sus advertencias. Para ellos, la vida era buena: eran reconocidos y respetados (v. 43), y no les gustaba que les dijeran que estaban equivocados (v. 45).
Nosotros podemos ser como ellos. Cuando nos va bien en la vida, tendemos a ignorar las advertencias que nos indican que debemos dar la vuelta y dejar nuestro andar pecaminoso. Es importante recordar que, aunque las cosas anden bien, quizá estemos equivocados.