De todos mis recuerdos de la niñez, hay uno que sobresale entre los demás. Aunque no tengo ni idea de lo que dijo mi maestra, me acuerdo claramente de que le contesté: «cállate». Ella me mando a mi casa; así que, me levanté y salí de la clase de preescolares, para caminar media cuadra, hasta donde yo vivía. Al entrar por la acera lateral, vi a mi mamá que sacaba los yuyos del jardín, detrás de nuestra casa. En ese momento, me enfrenté con una decisión estratégica: seguir avanzando y decirle a mi madre por qué había vuelto tan temprano de la escuela o dar la vuelta y regresar, para hablar con mi maestra.
Cuando volví al salón de clases, fui inmediatamente escoltado hasta el baño, donde ella me lavó la boca con jabón. Es probable que ese tipo de disciplina actualmente no se aplique, pero créeme, ¡funcionó! Hasta el día de hoy, tengo sumo cuidado en cuanto a las consecuencias de mis palabras.
Dios está profundamente interesado en que nosotros, Sus hijos, crezcamos de manera apropiada. A veces, Él necesita hacernos enfrentar situaciones desagradables para captar nuestra atención y volver a encaminarnos, de modo que produzcamos continuamente un «fruto apacible de justicia» (Hebreos 12:11).
No te resistas a la mano correctora de Dios. Reacciona a Sus reprimendas con gratitud, ya que Él te ama lo suficiente como para interesarse en qué clase de persona estás convirtiéndote.