¿Cuándo fue la última vez que lloraste? Parece que yo había pasado mucho tiempo sin derramar más de una o dos lágrimas. Entonces murió mi padre. Sucedió hace poco. Papá luchó con una debilitante enfermedad durante años. Nosotros sabíamos que iba a morir. De hecho, habíamos pedido al Señor que se lo llevara misericordiosamente a su hogar celestial para terminar con la severa prueba. Sabíamos que papá iría a estar con Jesús. Pero cuando me arrodillé junto a su cama y lo vi dar el último suspiro, las lágrimas que yo había contenido en otras ocasiones salieron como un diluvio. No había sollozado así desde que era muchacho. Incluso cuando mis hermanos, mi madre y yo nos abrazamos y oramos, la finalidad era abrumadora.
Ese acontecimiento me ayudó a entender y a apreciar más que nunca el significado del versículo más corto de la Biblia:
«Jesús lloró» (Juan 11:35). Es una afirmación increíble: ¡Dios Hijo lloró! Él, mejor que nadie en el mundo, conocía la realidad del cielo. Él era la fuente de toda esperanza en un día futuro de resurrección. Y sin embargo, Jesús lloró. Amaba tanto a sus amigos María, Marta y Lázaro que «se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció» (v.33). Jesús de verdad sintió el dolorde ellos.
Cuando muere alguien a quien amamos luchamos con una amplia gama de emociones. Si una persona muere en un accidente o de una enfermedad siendo joven, preguntamos: «¿Por qué?» Puede que cuestionemos la sabiduría o la bondad de Dios. Cuando la muerte llega después de un sufrimiento largo, tal vez uchemos para entender por qué el Señor esperó tanto para traer el alivio. Empezamos a pensar en Dios como un ser distante, a quien no toca nuestra tristeza.
Entonces leemos otra vez que «Jesús lloró». Esas palabras nos aseguran que Dios no está lejos. Él se conmueve profundamente con nuestra angustia.
Cuando una situación dolorosa invada tu vida, recuerda el versículo más corto de la Biblia. Jesús también derramó lágrimas. —KD