En la cultura estadounidense se ha iniciado una tendencia saludable. No aparece en los titulares de los periódicos, pero trasciende lo que está de moda. Es un compromiso con la pureza, la promesa de chicos y chicas jóvenes de mantenerse sexualmente puros hasta que se casen. Esto asegura la mejor relación posible con su futuro compañero/a, para no mencionar una óptima relación ahora mismo con nuestro amigo del alma eterno: Dios.

Una faceta intrigante de esta nueva revolución sexual es la práctica de los padres de dar a sus hijas «anillos de pureza». La idea ue hay detrás de estas muestras de fidelidad es que la hija prometa esperar hasta casarse para tener relaciones sexuales. Cuando el papá de Ámbar le regaló su anillo de pureza, ella ya sabía para lo que era. Las chicas mayores de su grupo de jóvenes habían estado exhibiendo sus anillos y explicando lo que significaban (¡ajá!… presión de grupo positiva).

Cuando enseñó su nuevo anillo a sus amigas, el precoz her manito de Ámbar dijo con agudeza:«Cuando yo tenga su edad, ¿me puedes regalar una motode pureza?»

Desafortunadamente, un mero trozo de metal no puede asegurar nada. De lo contrario, a Junior le darían su moto. Es posible abstenerse de las relaciones sexuales por fuerza de voluntad, pero la verdadera pureza sólo puede venir de un compromiso diario a vivir a la manera de Dios. Eso nos coloca de lleno en una lucha de todos los días. David preguntó en el Salmo 119:9: «¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra.»
La pureza forma parte del proceso. Es un anhelo desde lo más profundo del corazón de hacer las cosas a la manera de Dios. Mira las palabras que David usó para describir su sed de la guía de Dios:
«Con todo mi corazón te he buscado; no dejes que me desvíe de tus mandamientos» (v.10). «Enséñame tus estatutos» (v.12)
«Me hegozado en el camino de tus testimonios» (v.14).
«Meditaré», «consideraré», «me deleitaré» y «no olvidaré tu palabra» (vv.15-16).

La pureza va más allá de las acciones físicas. Es una condición del corazón que encuentra su remedio únicamente en Dios. Decide vivir con pureza a los ojos de Dios anhelando su Palabra.—TG