Un amigo dejó dos empleos para convertirse en asistente de salud en tiempo integral, cuando su hijo adulto sufrió heridas graves en un accidente automovilístico. Ese mismo año, la que había sido su esposa por más de 30 años, contrajo una enfermedad terminal y falleció.
Desde entonces, dice que no sabe qué contestar cuando su hijo le pregunta «por qué» les sucedieron esas cosas. Pero me contó sobre un sueño alentador que tuvo durante el transcurso de todo aquello: Soñó que estaba en un lugar inundado de la luz del sol, que había multitudes de personas a su alrededor y también un hombre que contestaba todos sus «porqués». Cada respuesta tenía tanto sentido, que entendió con claridad por qué no tenía que saber ahora los motivos. Después, su hijo aparecía en el sueño, junto a él, pero, cuando trataba de ayudarlo con sus preguntas, no podía recordar las respuestas. De todos modos, aun eso parecía estar bien. Después, se despertó.
La experiencia de mi amigo me recuerda a otro amigo de Dios que sufrió al no tener respuestas a sus preguntas (Job 7:20-21). Solo cuando el Señor rompió el silencio y le dio a Job una visión de Su Persona a través de la maravilla de la creación, ese amigo descubrió algo que es mejor que cualquier respuesta (42:1-6). En ese preciso momento, Job halló paz, al saber que nuestro Dios tiene razones buenas e incluso maravillosas para que confiemos en Él.